viernes, 5 de diciembre de 2008

La Bohemia en la Fiesta Regional del Teatro


“La bohemia”,
un placer para los ojos
(de los que ven y de los que no)



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Escribe: Marcos Juárez

Mendoza, como siempre, arribó al Encuentro Regional del Teatro de Nuevo Cuyo con los ojos del ambiente teatral puestos en ella. Nadie puede negar hoy que en la provincia “vicepresidencial” se encuentra una de las escenas más variadas y prestigiosas del país, a sólo un pequeño escalón de Capital Federal y Buenos Aires, compartiendo cartel con Córdoba y Santa Fe.

Y, como para confirmar esa –envidiable- superioridad, trajo a La Rioja tres destacables propuestas, entre las cuales se encuentra la bellísima pieza “La bohemia”, del joven autor porteño Sergio Boris.

El director del elenco Lluvia de Cenizas, Lucas Olmedo, utiliza para la obra a dos de los mejores actores de Mendoza (y, por ende, de la región): Alfredo Zenobi y Guillermo Troncoso, quienes le ponen el cuerpo y el alma a dos ciegos que se debaten entre la pobreza, la exclusión y la soledad. Quizás el sentimiento más poderoso que refleja la obra.

Romero, ciego desde hace quince años, es el que pone el lomo en la casa. Sosa, ciego de nacimiento, pone la cabeza. La humilde vivienda que comparten se ve convulsionada por la llegada de Ibáñez, un “ciego nuevo”, que caerá en las garras de los anfitriones.

Sosa y Romero buscan reactivar una biblioteca en Braile, para atraer no sólo nuevos socios sino –fundamentalmente- unos pesos para sobrevivir. Así, tratarán de timar a Ibáñez para hacerse del poco dinero que posee. Pero Ibáñez pronto descubrirá el ardid y aceptará ser parte, quizás para alejar, aunque sea por un momento, la infinita soledad que la ceguera le depara.

Esta simple trama es el telón de fondo para que la magia del teatro se produzca. Las excelentes interpretaciones, que reparan hasta en los más mínimos detalles y en los “tics” de los no videntes; la simple y efectiva escenografía; la poderosa y a la vez tenue puesta lumínica y la música son algunos de los aciertos del director.

Pero “La bohemia” no se queda en estos logros, sino que va mucho más allá. Más allá de la solidez del texto, más allá de la calidad actoral, más allá de la efectividad de la puesta.

“La bohemia” llega hasta las fibras más profundas del espectador, allí donde anidan el miedo a la soledad, el pavor ante la oscuridad, la comprensión y también el rechazo hacia los “distintos”, la desolación ante la pobreza, el escozor ante la promiscuidad.

Y lo hace desde el humor y con buen gusto, quizás el camino más directo pero a la vez más difícil para narrar una historia.

Ficha Técnica

“La bohemia”, de Sergio Boris.
Obra ganadora de la Fiesta Provincial Mendoza 2008
Elenco Lluvia de Cenizas (Mendoza)
Dirección y Puesta en escena: Lucas Olmedo
Intérpretes: Alfredo Zenobi, Guillermo Troncoso, Darío Martínez
Asistencia técnica, Espacio e Iluminación: Lucas Queno
Vestuario: Guadalupe Rodríguez Catón
Diseño Gráfico: Darío Martínez
Director Ayudante: Eugenio Schcolnicov
Sábado 29 de noviembre 19:30 hs. Espacio 73

martes, 18 de noviembre de 2008

La Bohemia: Ganadora de la Fiesta Provincial de Teatro 2008

Ojos que no ven, corazón que gana

La obra “La bohemia”, sobre dos ciegos que quieren fundar un club, representará a Mendoza en la Fiesta Nacional, mientras que “El elixir del amor” y “La muchacha de los libros usados” pasan a la instancia Regional.

Por Analía de la Llana y Patricia Slukich

Con doce obras que pudieron verse en distintas salas y teatros de la provincia -desde el miércoles pasado hasta el domingo- el público mendocino tuvo la posibilidad de disfrutar a pleno de variadas propuestas de balance parejo, entre las que se destacó “La bohemia”, ganadora del primer puesto, del elenco Lluvia de Cenizas; con texto de Sergio Boris y dirección de Lucas Olmedo.

La obra será la encargada de representar a Mendoza en la Fiesta Nacional del Teatro a realizarse en Resistencia, Chaco, el mes de abril.

Por su parte, en orden de mérito, otras dos puestas fueron las seleccionadas para la presentación en la Fiesta Regional del Teatro de Nuevo Cuyo: “El elixir del amor”, con Guillermo Troncoso y dirección de la titiritera Gabriela Céspedes; y “La muchacha de los libros usados”, de El Enko Compañía Teatral, dirigida por Juan Comotti.

En calidad de suplentes quedaron: “Subte”, del elenco Viceversa y dirección de Walter Neira; y “Aria” de El Árbol Danza Teatro, conducido por Vilma Rúpolo.

El jurado, estuvo formado por Gabriel Arias, Darío Anís (integrantes del Jurado Regional), Patricia Monserrat Rodríguez (integrante del Jurado de la Región NOA por el Instituto Nacional de Teatro), Gonzalo Marull (en representación de la Secretaría de Cultura) y Marcos Juárez (representante de Critea).

Puertas adentro

“La bohemia” cuenta la historia de dos ciegos que planean armar un club de barrio para personas de su condición.

Lejos de instalarse en la anécdota, Sergio Boris (autor de la pieza), crea un universo cerrado, denso, oscuro y un tanto perverso en el que estos dos personajes, junto a un tercero (que llega a inscribirse en el mencionado club que, obviamente, no existe), pulsan las cuerdas de relaciones humanas trazadas por la incapacidad o el desarrollo de otras aptitudes diferentes.

Humor, drama, ironía e incluso tragedia se carean en esta pieza, de la mano de actuaciones dignas de los aplausos: Alfredo Zenobi, Darío Martínez y Guillermo Troncoso no sólo ponen su cuerpo al servicio de las expresividad sino que, a través de las sutilezas interpretativas, generan tipos/caracteres que impactan en la identificación del público (para la adhesión o el rechazo).

La puesta en escena, conducida por Lucas Olmedo, centra su norte en la figura de los actores.

Sin embargo tanto escenografía como vestuario, utilería, sonido e iluminación componen este constructo físico-temporal preciso en el que puedan discurrir los personajes. Lujitos semióticos (como el fuera de campo típico del cine para generar el suspenso) se lucen en esta mirada directriz.

El nombre de Guillermo Troncoso también se luce en la otra ganadora (que resultó en 2° lugar en este certamen provincial). Es que es el ideólogo de la preciosa y poética “El elixir del amor”, una obra que comulga con los preceptos de la Commedia Dell’Arte y la farsa (técnicas que Troncoso conoce al dedillo), y que integra a ellas la presencia de los títeres de mesa.

“El elixir...” cuenta la historia de un joven tan tímido que no se atreve a abordar a la chica más linda del pueblo. Pero, un buen día, llega un vendedor ambulante ofreciendo una poción mágica que, asegura, la dejará rendida a los pies del muchacho.

Con esta simplísima trama (adaptación de la ópera bufa “L'elisir d'amore”, que Gaetano Donizzetti creara en 1832), Guillermo Troncoso y Gabriela Céspedes (encargada de la dirección) componen una obra intimista, cálida y bien ajustada (en la interacción entre títeres y el actor en escena que es el propio Troncoso) que se vale de la picaresca (típica del género) para extraer de la fábula sus mejores notas.

Los textos de Arístides Vargas tienen, en sí, un valor literario trascendente. Su poética realista y mágica a un tiempo (en la que el tiempo es una suerte de lapso inacabado y errático y el espacio un área aislada de coordenadas visibles) impregna todas y cada una de obras.

Y, por supuesto, este es también el caso de “La muchacha de los libros usados”, que en esta ocasión llegó al festival de la mano de El Enko Cía. Teatral y la dirección de Juan Comotti.

Como sucede con, por ejemplo, “Jardín de pulpos”, la historia de esta obra se centra en una ciudad latinoamericana (pero, a la vez, indefinida, imposible de encuadrar en una u otra geografía) en la que varios personajes trenzan sus fatales destinos. “Una muchacha es vendida por su padre a un militar, hombre de objetivos puntuales y obsesionado por el deber -anuncia el programa-. Firmado el contrato, la muchacha deja la casa familiar para mudarse al cuartel.

Huye y termina en un hospital tras ser atropellada. Ahora su domicilio será el hospital donde reconocerá otra forma de violencia y represión. A partir de esta última experiencia, la protagonista pasará a engrosar las filas de las mujeres ‘casadas’”.

Los inevitables aires de Rulfo y García Márquez navegan en esta puesta que tiene como protagonistas a Valeria Portillo, Marina Candolino, Andrea Cortés, Diana Moyano, Rolando Orduño, Jerónimo Miranda, Gustavo Cano, Marcelo Díaz y Sebastián Panella.

Una vez más Mendoza eligió sus representantes. Una vez más el jurado se vio en la difícil tarea de elegir entre espectáculos difíciles de evaluar entre sí (en el sentido de que los códigos de uno y otro género son diferentes y particulares). Una vez más el público local y los artistas
apuraron los aires inéditos del festejo. Una vez más Mendoza tiene dignísimas embajadoras.

sábado, 26 de abril de 2008

Críticas y Notas Sobre Díptico "Dock Sud"

Los Andes | Online
Troncoso, uno de los actores.

No hay peor ciego que el que no quiere ver

Hoy se presenta “La bohemia”. Una ajustadísima y efectiva puesta con actuaciones fantásticas.

Patricia Slukich pslukich@losandes.com.ar

Lucas Olmedo dijo, al momento de contarnos sobre este estreno: “Quería darme el lujo de dirigir a tres actores como estos”. Se refiere a Alfredo Zenobi, Guillermo Troncoso y Darío Martínez y, efectivamente, no sólo debe haber sido un lujo dirigirlos, sino que lo es también ver los resultados.

Es que “La bohemia”, aunque sin gigantescas pretensiones en su puesta en escena, es un ajustadísimo mecanismo de precisión escénica (mérito de la dirección de Olmedo), en el que el acento está puesto, casi en primer plano, en las actuaciones.

“Sosa es ciego de nacimiento. Romero desde hace 15 años. A ambos los ilumina un mismo proyecto, que también se va apagando de a poco: la reapertura, en el barrio, de un club para no videntes -se explica en los anuncios de la obra-. Es con la llegada de Ibáñez, afectado recientemente y probable alumno del club, que la maquinaria de la desgracia se reactiva y ya no hay posibilidad de detenerla”. Sobre esta trama es que el espectador encontrará mucho más que una anécdota, desopilante/desesperante; por cierto. Pues estos tres personajes están inmersos en un mundo oscuro, de una asfixia que crece, en el que la ceguera se naturaliza, más allá del rasgo físico, y se convierte en un destino (no nos cabe duda) destructivo e inevitable; no importa cuán duro o creativo sea el combate, los tres terminarán perdiéndolo.
Esta idea flota, no sólo en el magnífico texto de Boris (un actor porteño que obtuvo el primer premio de dramaturgia en el certamen Germán Rozenmacher por esta obra), sino en todo el andamiaje escénico que se sostiene eficazmente durante todo el espectáculo; y se corporiza de una manera fatal.

Es, verdaderamente, un conflicto terrible. Sin embargo, el espectador no podrá hacer otra cosa más que reír (tan inevitable es esta risa, como el destino de esos seres que circulan por la obra). Pero no se trata de un humor forzado, buscado, sino que surge de la mueca más siniestra.

He aquí el gran logro del director: que nos divierta la más cruel de las desgracias. ¿Y cómo es que lo logra? Pues confiando en sus actores (que materializan su capacidad interpretativa de manera notable; ¡vamos!, ¡son fantásticos!); apelando a construirles un entorno de luces, sombras, sonidos (un detalle exquisito es la inserción de “La bohemia”, de Aznavour) y escenografía (en decadencia), que les calza como anillo al dedo; y jugando a evitar mostrarnos lo que más nos gustaría ver (como los personajes, pero a la inversa: vemos de ellos sólo la decadencia que se esfuerzan por ocultar a sí mismos). Esta última argucia trae amplios beneficios para el ritmo y los climas del espectáculo.

Lo siniestro, lo oculto, lo no-dicho es lo que se nos permiten ver Olmedo y sus actores a nosotros, el público. Nos asignan el rol de la crueldad: el de reírnos de la desgracia ajena. Y lo hacemos con gusto.


Foto durante un ensayo:


Los Andes | Online
Estrenos
viernes, 11 de abril de 2008

El afiche con que se promociona “Gore”, al estilo de los films de los ‘50.

De amor y de cegueras

Dos nuevas obras suben al escenario de Cajamarca: “Gore”, de Javier Daulte, y “La bohemia”, de Sergio Boris. En continuado.

Patricia Slukich pslukich@losandes.com.ar

Hace más de un año, Lucas Olmedo se instaló en Buenos Aires. El chico era una de las grandes promesas del teatro local. Y decimos “era” porque ahora esa condición (acrecentada en este año de oficio, al punto de que la prensa porteña ha resaltado con elogios su puesta de “La sonrisa de los siervos”), junto a su portador, se trasladó al gran país teatral que es el territorio porteño.

Él y los actores con los que trabajaba aquí, en Mendoza, idearon una forma de estar “unidos y produciendo”. El proyecto tenía su centro en dos obras que se ensayaban acá y se dirigían
-vía mail y presencias esporádicas- desde Buenos Aires. El intento no prosperó.
Quienes sabíamos de estas escaramuzas, creímos que habíamos perdido a Olmedo para siempre. Pero Lucas es un tipo aferrado a los afectos. Es por eso que en unas vacaciones que le proveyó su reciente paternidad, aprovechó para hacer aquí dos obras: “Gore”, de Javier Daulte y “La bohemia”, de Sergio Boris.

Hoy las estrena y mañana se va a seguir su carrera artística en la escena del “under” nacional (estrena “El pornógrafo”).

Una de extraterrestres

“¿Cómo hablar de las heridas del amor, de las marcas que se producen en la colisión violenta de los cuerpos, si no es en tono de ciencia ficción?”, se pregunta Olmedo. A esta hipótesis existencial le sigue la tesis que se llama “Gore”; escrita por Javier Daulte, uno de los monstruos creativos que ha dado el país y que hoy exportamos como director del Teatro Villarroel, de Barcelona.

En este texto el autor juega con una simple anécdota: una pareja de extraterrestres, desesperada por la extinción de su especie, busca salvarla. En esas condiciones llega a la tierra para carearse con los humanos.

Desde esta premisa rayana en el absurdo, Olmedo parte para hablar de temas tan transitados como el amor. “En un principio iban a ser tres obras que partían de una imagen generadora: un condominio. La acción de cada una transcurriría en ese ‘entre’ que es el corredor de un condominio -detalla Lucas-. Ahí apareció ‘Gore’. Después encontré la obra de Boris (se refiere a ‘La bohemia’). La idea era la de abordar un mundo en un lugar específico. ‘Gore’ está planteada como ciencia ficción, tipo película de los ’50; que sirve como excusa para reflexionar sobre la condición humana. Te habilita una moraleja tan evidente, que sospechás de lo que hay detrás”.
En el país de los ciegos

Sosa es ciego de nacimiento. Romero, desde hace años. Los moviliza la ilusión de reabrir, en el barrio, un club para no videntes. Con la llegada de Ibáñez, otro ciego, la desgracia se reactiva. Esta es la historia que alienta a “La bohemia”. En ella, Lucas encuentra un asidero en esa escena del típico teatro argentino realista. “La traición -como en Arlt, en Borges, o el tango- y el accidente de ser ciego; pero como una condición a partir de la cuál generar un mundo desde la oscuridad”, apunta el director.

En ambas obras están los guiños de estilo de Lucas, jugados en los límites entre el cine y el teatro. En ellas pone a consideración el “uso del fuera de campo, a través de acciones vedadas a los ojos del público -dice-. La idea es crear un suspenso escópico, para que el placer que hay en el voyeurismo sea mutilado; esta acción es una decisión en el ojo del espectador”.
No hay nexo entre ambas obras sino una tercera posible (la urdimbre significativa que surja en la cabeza del espectador). Dos obras, un director, muchos actores, y nosotros; para develar el trasfondo de dos mundos ¿posibles?



Escenario
Interesante díptico teatral sobre la incomunicación y la ceguera
El díptico teatral Duck Sud, compuesto por Gore y La bohemia, que propone cada viernes Lluvia de Cenizas en la...

Carolina Baroffio
uno_escenario@diariouno.net.ar

El díptico teatral Duck Sud, compuesto por Gore y La bohemia, que propone cada viernes Lluvia de Cenizas en la sala Cajamarca, es una especie de postulado sobre cómo podemos regenerarnos desde las cenizas de nuestras propias miserias, sin detenernos a ver ni a entender nada. Porque lo que prima es la indiferencia y la incomunicación en las sociedades posmodernas.

Un círculo de baba se teje en el suburbio de esos mundos habitados a los golpes de puño y efecto para vivir una vida ajena a los sentimientos. Ese puede ser uno de los puntos en sintonía entre Gore (que va a las 20) y La bohemia (a las 22). Sin embargo, las obras toman distancia para tratar sobre la existencia humana que inquieta al director del elenco Lluvia de Cenizas, Lucas Olmedo.

El texto de Javier Daulte, Gore, se vale de personajes oscuros y sarcásticos para contar la historia de un vecindario que de repente se ve invadido por dos extraterrestres (sobresale la actuación de Laura Volpe), cuya misión es conservar su especie a costas de los habitantes de ese barrio. El experimento no resultará como lo habían planeado, culpa de ese mal endémico que ellos llaman “amor”.

La puesta en escena de Gore coquetea con imágenes cinematográficas de las películas de ciencia ficción de los años ’50, y se vale del teatro pánico (recurrente en este elenco local) para sumergirse en un mar de sangre y desdichas donde el espectador pasa de ser testigo directo a cómplice de la injusticia.

El espacio escénico, sin embargo, no se resuelve de la mejor forma para mantener en vigilia al público, valiéndose de los misterios narrados fuera de campo.

En cambio, La bohemia sí utiliza el fuera de campo para mostrar mucho más de lo que pasa frente al ojo del espectador. Y el trío que seleccionó Olmedo para protagonizar la elocuente obra del actor porteño Sergio Goris es el indicado.

Guillermo Troncoso, Alfredo Zenobi y Darío Martínez son de esos actores que encarnan a sus personajes desde las entrañas y hacen con ellos el bello y efectivo juego teatral de ser fiel a la intención textual sin desmerecer la inteligencia y sensibilidad del espectador.

La bohemia no es más que un momento, quizás una mañana, en la vida de tres ciegos, uno con más o menos experiencia que los otros en la cuestión de ceguera, que bien podrían habitar el mismo vecindario de los personajes de Gore. Aunque los ciegos pretenden recuperar el honor de su condición humana para exponer a cualquier precio las capacidades que han desarrollado con los ojos cerrados.

No tienen escrúpulos, no miden las consecuencias, no quieren limosnas ni buscan la compasión. Se limitan a revelarse contra la mirada torcida de quienes los esquivan. Y quien se pare frente a esta obra no podrá zafar del compromiso, se fijará en él la mirada de estas criaturas y tendrá que hacerse cargo de la risa provocada por lo absurdo de un relato siniestro.

jueves, 3 de abril de 2008

critica a GORE de Javier Daulte en DON MARLON

DISPARATE, ENTRE LÚCIDO Y BIZARRO

En ocasiones que la critica ponda en sobreaviso al espectador puede ser atinado. Es decir que le anuncie que una puesta está montada sobre los "códigos de" y por ende, debe considerar tal, tal y tal cuestiones. El planteo propone todo un debate:
Con ese material previo ¿El espectador disfruta más o menos? El GORE (Término que remite a un subgénero cinematográfico de auge en los 50), podría ser uno de esos casos en que el periodista se debate entre ser excesivamente servicial o dejar al público en manos de la sorpresa (o según su permeabilidad, a expensas de la indigación).
Trataremos de dar con un punto medio.
Hay dos méritos que permiten sugerir a GORE como un espectáculo a considerar.
Uno remite al ingenioso texto de Javier Daulte, tramado desde la imposibilidad de comunicarse, si bien los interlocutores hablan el mismo idioma aún cuando las respuestas son "lógicas" a las preguntas (distanciándose, de este modo, de un diálogo absurdo). Se establece así una barrera entre los personajes que deriva en un humor molesto, si se quiere intelectual, y disfrutable. Que lleva a su vez a digresiones, acciones arbitrarias y escenas deliberadamente reiterativas. El otro tiene que ver con la puesta de Lucas Olmedo, que sugiera una atmósfera enrarecida, donde la miseria de hoy es atravesada por la tecnología intergaláctica de ayer. Lo uno y lo otro ¿al servicio de que? De una historia infima, intrascendente, en la que importan los momentos por sobre el todo, y los cierres de escenas por sobre el cierre del relato general.
Las actuaciones se contaminan unas a otras y eso acentúa el aspecto extraño de lo que se ve. Planteados en bandos, los personajes se dividen entre paródicos y naturalistas y, gracias a aquella incomunicación señalada, se degradan en su pureza.
Hay un desfasaje entre el pensar, decir y hacer que lo embrolla todo.
Laura Volpe y Juan Manuel Chifani le sacan provecho a su pareja de intrusos en la tierra. Imponen presencia, ironía y bisarrez y aportan uno de los momentos más atractivos cuando se comunican por "radio" con sus pares. El resto acompaña bien, sobre todo Alejandro Manzano, que capitaliza con habilidad su disparatada conversión lenguística al italiano.
El dispositivo escénico refuerza la idea de una dimensión destartalada e insegura.
Bah, muy argentina, aunque lejos estemos de que algún extraterrestre se interese por succionarnos.
/F.J.A
(Revista "Don Marlon, escenarios y otros placeres")






martes, 25 de marzo de 2008

Critica a "Das Buch der Zeit"


EL BIZARRO PASADO DE ADOLF
DAS BUCH DER ZEIT, FARSA DE CIENCIA FICCIÓN

http://www.alternativateatral.com/imagen.asp?path=scripts/es/fotos/obras/&archivo=010362_1.jpg

Lucas Olmedo, con
su elenco 'Lluvia de
Cenizas', acaba
de estrenar Das buch
der zeit (farsa de
ciencia ficción).
Un espectáculo
oscuro, climático y
satírico sobre el Hitler
que no pudo ser

POR PATRICIA SLUKICH
Licenciada en Comunicación Social
(UNC), escritora e investigadora
pslukich@infovia.com.ar


El director Lucas Olmedo (actualmente
radicado en Buenos Aires), presentó su
último espectáculo: Das buch der zeit,
una obra oscura, climática, repleta de signos
visuales, sonoros y textuales (en base a un
humor entre naif y renegrido), que acuna la
hipótesis de lo que podría haber pasado si Hitler hubiese sido pintor. En realidad, se
trata de una hipótesis que el propio texto de la obra se encarga de derribar, como un
modo de plantear una fatalidad ineludible e irrefrenable.
Das buch… es el último resultado de un proyecto que Olmedo iniciara con su obra
Cuentos para olvidar el invierno (excelente investigación basada en el expresionismo
cinematográfico alemán), al que titula: "Túnel de gusano". Tal proyecto se rige, según
el director, por el "estudio de viajes en el tiempo". Y, justamente, esta obra se propone
indagar en un pasado no existente. A nivel argumental la acción se sitúa en el año 2080,
cuando ya ha estallado la 5° Guerra Mundial. En ese contexto un grupo de judíos sobrevivientes
deciden utilizar su secreto modo de viajar en el tiempo para enviar a uno de
ellos, con conocimientos en dibujo y pintura, que se encargará de ayudar a Adolf a aprobar
su examen en la Academia de Bellas Artes. Se presume que éste sería el modo de evitar
la catástrofe. No obstante, tal como lo plantea la obra, esa hecatombe es inevitable,
porque sus trazos se asientan en los hechos más imperceptibles y cotidianos.
Desde el aspecto de la dramaturgia textual, es interesante la imbricación de ideas
que surge en esta creación colectiva, a partir de Variaciones Golberg y Mein Kampf de
George Tabori, junto a lecturas de Novikov, René Thom, Kafka, Roah Dahl, Isaac
Asimos, entre otros textos. Si bien el humor (bizarro y por momentos infantil) es el
que predomina en la superficie, deja entrever vastos planteos sobre el fundamentalismo
ideológico, los límites y contradicciones humanas, los laberínticos senderos que
aún son incomprensibles para el hombre en el devenir de su historia. Como ya es habitual
en este director, joven y talentoso, el dispositivo escénico acompaña estas conflagraciones
textuales en una atmósfera que cambia según las necesidades de la puesta.
Sonido (no sólo música sino también voces en off, que hablan en alemán con un
tono elegíaco, sonidos perturbadores, etc.) y luces utilizadas diestramente para subrayar
los climas configuran un ámbito asfixiante, decadente y terrible. Esto permite que
el personaje de Hitler (que llega a esa casucha donde habitan unos judíos alemanes
pobres) se erija en una interpretación (excelente dramaturgia actoral de Darío Martínez)
ridiculizada hasta el extremo.
La flaqueza de la obra no se asienta en la puesta en escena, muy bien tramada por
Olmedo, sino algunas de las actuaciones que empobrecen la escritura escénica. No es
el caso de —además de Martínez— Clarisa Sturfeighen, que interpreta a una amante
del dueño de casa (una "Heidi" que, no obstante, camina sobre el escenario desnuda,
en una actitud entre obscena e inocente). Más allá de algunos tramos desparejos en
el ritmo escénico y las objeciones actorales, Das buch… es una interesante propuesta
para reflexionar sobre el poder que creemos tener sobre lo que es inevitable, a causa
de nuestras propias limitaciones.



Patricia Slukich


Critica Publicada en "El Periódico de las Artes Escénicas"
En Junio del 2006.
Link Permanente: http://www.periodicoartesescenicas.org/images/anteriores/PeriodicoAE_045.pdf




martes, 22 de enero de 2008

Cámara en Ristre. Pronto en Buenos Aires

“Cámara en Ristre”

De Lucas Olmedo



Escena 1

Son Hermanos. Ignacio, es el mayor un adolescente de unos 18 años, vestido medio Hard core, que está concentrado con los jueguitos del Play Station. Tiene sueño; se le nota en los ojos. Pero se divierte chocando. Están en la penumbra, iluminados con la luz de la tele. El juego, para los que les interese, es el Out Run, un juego de autos en donde una de las cosas más divertidas es chocar.

Nicolás, el hijo más chico, viene de la habitación, está con un malhumor infernal, tiene en una mano un casco de moto y en la otra una barra de cereal. Mira a su hermano.

Ignacio le pone pausa al play.

Pausa.

Nicolás: No quiere ingerir nada.

Ignacio: Dejala descansar.

Nicolás: ¡Pero no se amansa! Cuando me acerco cogotea, me rechaza.

Ignacio: A lo mejor tiene miedo

Nicolás: ¿Miedo de qué? ¿De mi? ¡Si le puse de todo para que coma! ¡De todo! Le puse Cereal, agua, pasto, hasta la última Rodesia que me quedaba. ¡Todo!

Pausa

Nicolás: Esto puede seguir así. Estoy en una mala racha. Estoy perdiendo todo. ¿Tenés una moneda? Hagamos cara o seca, vas a ver…

Silencio

Ignacio quita la pausa del juego. Nicolás se pone el casco, va hacia el camastro y sienta con el casco puesto, respira cansado y mira a Ignacio.

Silencio. Ignacio lo mira un par de veces, dudoso. Finalmente le pone pausa al play.

Ignacio: ¿Qué pasa? ¿Vas a estar todo el día enojado, delantero? ¡Atacante!

Nicolás: Estoy deprimido. (Pausa) La vida es amargura pura.

Ignacio: ¿Qué?

Nicolás: …Menos mal que no fuiste, menos mal que no fue nadie.

Ignacio: ¿De que me hablás ahora?

Nicolás: Del partido hablo. Del partido que también perdí.

Ignacio: ¿Uh vas a volver con eso? (Por el juego) Lo dejo en pausa si querés

Nicolás: (Duda) ¿No te enojás si te lo cuento una vez más? Sabés que me hace bien. Derivo la pena.

Ignacio: Dale pero sacate el casco que te ves horrible.

Nicolás: No…

Ignacio: Sacate el casco Nicolás

Nicolás: No, me queda bárbaro, me gusta

Ignacio: (Estalla) ¡Sacate el casco por el amor de Dios!

Nicolás se lo quita

Ignacio: Nadie anda por la vida con casco.

Nicolás: Acá deberían. Esta es zona de derrumbes.

Ignacio: Los derrumbes son en el glaciar, nada que ver. Acá estamos lejos.

Nicolás: ¿Y si alquiláramos una moto?

Ignacio: Ya te dije que no. Dijimos que una bici íbamos a alquilar.

Nicolás: Eso es una mariconada y lo sabés. Andar en bici. Yo mataría por tener una moto. Por ser un futbolista con moto. Sentir como un par de brazos me rodean la cintura. Debe ser lindo, ¿no? Ser chico-moto.

Ignacio: Dale chico-moto. ¿Querés ser como Nicolás Cage, el motorista fantasma?

Nicolás: No. Nicolás Cage es pelado. Yo quiero nada más tener pelos y andar en moto. Dormir en la moto, y si se puede también jugar al fútbol en moto...

Ignacio: Ser motoquero.

Nicolás: ...Si y patinar en la lluvia y hacer infracciones

Ignacio: Como las que hacés en el fútbol, eh ¿Me vas a contar del partido?

Nicolás: Faltaban dos minutos...

Ignacio: Ayer eran cinco.

Nicolás: No, dos minutos, faltaban dos minutos. Se la había dejado servida, se la había pasado entre dos defensores. Dos defensores enormes y rígidos como gigantes de hierro. Si lo hacía, te digo, era golazo mal... y nos llevábamos el tercer puesto. Tenía que empujarla nada más, empujarla. Pero quiso pegarle tres dedos y la mando al banderín del corner. Pegó en el banderín y salió al saque de arco. El arquero le pegó fuerte. Contraataque. Pique largo y gol contrario. Le pegó de puntín. Aseguró. Y revoleó la siete.

Ignacio: La ironía dramática del fútbol.

Nicolás: De qué me hablás ¡No sabés las ganas de cortarle las bolas a Matías que me dieron!

(Pausa)

Porque claro, como salimos cuartos no nos dieron las medallas, Nos dieron un certificado así y así de pedorro.

El otro equipo no paraba de gritarnos: ¡Vayan a tomar la leche, mantequitas!

Yo le dije a Mati: “Mejor que te dediques al tenis nene… como tu hermano”.

Ignacio: ¿Y qué te dijo?

Nicolás: Qué se yo…yo me recalenté, me fui corriendo hasta el camarín, abrí la ducha fría y me quedé ahí, abajo del agua helada, sin siquiera sacarme la ropa. Tenía todo el cuerpo embarrado. Con la mano embarrada le empecé a pegar piñas al azulejo blanco que de a poco se teñía de rojo y con el agua volvía a ser blanco.

Ignacio: ¿Y te dolió?

Nicolás: Ajá... Me hice mierda el dedo del medio y ahí me distraje. Me encontró el director técnico que me había venido a buscar.

Ignacio: ¿Qué te dijo?

Nicolás: “Pero, nene ¿estás enfermo vos? ¿Cómo te pegás así?” Me sacó del equipo.... y me mandó a un psicólogo.

Pausa

Ignacio: (Tratando de levantar el ánimo evidentemente alicaído de Nico) No, pero no lo habrá dicho en serio.

Nicolás: Sí. Si por poco llama a mamá...

Pausa

Nicolás: Metió la pata.

Pausa

Ignacio: ¿Y ahora?

Nicolás: Y ahora mamá no está…

Ignacio: No, digo si ahora... todavía querés ser futbolista. Taponear, ir a la canilla.

Nicolás: No. Ahora no.

Ignacio: ¿Pegar un planchazo... una paralítica?

Nicolás: Sí... bah... no.

Ignacio: ¿En qué quedamos?

Nicolás: Quiero tener moto. Y hacer películas como la que vimos anoche en el hotel

Ignacio: ¿Cuál que vimos anoche?

Nicolás: La que dieron por… Europa... Europa ¿Cómo es el canal?

Ignacio: ¿Cuál, la de los travestis? (riendo) ¿Querés ser Como Fassbinder?

Nicolás: Sí. Quiero ser como Fassbinder y hacer películas de travestis.



jueves, 3 de enero de 2008

La Bohemia, de Sergio Boris

Sosa es ciego de nacimiento. Romero lo es desde hace 15 años. A ambos los ilumina un mismo proyecto que también se va apagando de a poco: La reapertura de un club para no videntes.
Es con la llegada de Ibáñez, afectado recientemente y probable alumno del club, que la maquinaria de la desgracia se reactiva y ya no hay posibilidad de detenerla.




"Ciego he sido creado. No privado de algo, sino dotado de ceguera"

Actúan:
Alfredo Zenobi Guillermo Troncoso Dario Martinez

Asiste. de Dirección, Espacio e Iluminación:
Lucas Queno

Director Ayudante:
Eugenio Schcolnicov

Dirección:
Lucas Olmedo

ESTRENO- MARZO DEL 2008
CAJAMARCA TEATRO
ESPAÑA 1767- Mza- Ciudad
VIERNES 22:00HS

Crítica "TELAM"

“La sonrisa de los siervos”, grata sorpresa del off
La obra basada en textos de Robert Walser es una acabada muestra de efectividad escénica desde la dirección, la planta escenográfica y un elenco juvenil que se luce con recursos más que legítimos. Se puede ver en el Espacio Urbano Acevedo, los jueves a las 21:30.
Por Héctor Puyo

La obra "La sonrisa de los siervos", adaptación de Lucas Olmedo de textos de Robert Walser, es una acabada muestra de efectividad escénica desde la dirección, la planta escenográfica y un elenco juvenil que se luce con recursos más que legítimos.

La pieza, que dirige el propio Olmedo, traslada a la provincia de Mendoza lo que cuenta Walser (1878-1956), nacido en Suiza y muerto cerca de la clínica psiquiátrica que habitaba por propia voluntad, sobre lo ocurrido en una escuela de servidumbre en Europa central.

En un ámbito dieciochesco donde se supone que una nube gris se ha posado después de la erupción de un volcán, un aspirante a alumno (Eugenio Schcolnicov) ingresa al colegio de un tal Robert Walser (Carlos Núñez), alter ego del autor original.

Allí conocerá los rigores de su profesor -formador de sirvientes cuya función será eliminar su personalidad para contentar a un eventual amo- y a dos condiscípulos de opuesto pensamiento.

Hay uno que coincide a veces con su rebeldía (Gustavo Detta) y otro más oscuro y de apariencia sumisa (Alfonso Barón), cuya huida coincidirá con un vuelco en la acción, en la que las cosas ya no serán como antes.

Es que a la escuela de Walser le ha salido una competencia. Un ex alumno fundó una institución similar en la que existe un complemento que allí no hay: la presencia femenina, algo que la hermana de Walser (Guadalupe Rodríguez Catón) apenas remeda con su abúlica existencia.

Lo que impresiona del trabajo del director y adaptador Olmedo es, además de un manejo de actores impecable con toques de un hiperrealismo que sorprende, es el clima casi onírico que logra desde el comienzo.

Con un criterio de planta que recuerda al Cricot 2 del polaco Tadeus Kantor, que sacudió la escena argentina en sus visitas a fines de los 80, el joven director usa la escenografía de Verónica Gilotaux casi al filo del protagonismo.

Por su edad no es probable que Olmedo haya visto aquellos impactantes espectáculos -"La clase muerta" y "Wielopole, Wielopole"- pero quizá los conoció por videos u otros medios, pero lo cierto es que las maderas envejecidas que dan color al espectáculo delatan esa raigambre.

También se nota en las acciones repetidas, que en otros casos se han usado arbitrariamente, y aquí lucen acertadas sobre todo por la plasticidad de los intérpretes, incluido un niño (Nahuel Cárdenas), testigo del drama de los mayores y futuro involucrado.

Por fortuna el chico es sólo eso y no participa de ninguna ceremonia de humillación -como pasaría en "El joven Torless", de Robert Musil, con un ámbito de claustrofobia parecido-, pero el sesgo sombrío hace temer inesperadas situaciones.

En un elenco casi sin fisuras se destaca la labor de Schcolnicov como el abúlico y al mismo tiempo rebelde alumno de la casa y no son menores los trabajos de Detta y Carlos Núñez, quien aporta a su máscara destellos inquietantes.

La suma de aciertos de "La sonrisa..." se completa con el contrabajista Ariel Obregón, quien sabe imprimir los tonos bajos que acentúan lo ominoso del conjunto, que refuerza la idea de que la sumisión al amo sólo se combate con la violencia del final.

Crítica "Revista Imperio"

teatro // la sonrisa de los siervos, de Lucas Olmedo

En medio de una nube gris que no se disipa, producto de la erupción de un volcán, llega Juan Pablo –quien dejó su familia acomodada y poco grata– para internarse como alumno en la Escuela de Aprendices de Sirvientes que dirigen los hermanos Walser, otrora distinguida, hoy opacada por otra institución que también forma en el arte de la servidumbre siguiendo los mismos métodos, pero que admite mujeres en su estudiantado.
Este sombrío relato, rico en despertar incomodidades e interrogantes, acrecienta su cerrazón gracias a una excelente escenografía diseñada por Verónica Gilotaux, al muy adecuado vestuario –labor de Guadalupe Rodríguez Catón– y, por supuesto, al afinado trabajo del elenco formado por Ariel Obregón, Carlos Núñez, Maia Rubinsztejn, Nahuel Cárdenas (una promesa de once años de edad), Gustavo Detta, Alfonso Barón y Eugenio Schcolnicov, estos tres últimos desarrollando sus personajes (los alumnos) en una infinidad de recursos utilizados con suficiente precisión, indudable mérito del trabajo de dirección de Lucas Olmedo, responsable también de la dramaturgia, creada a partir de la literatura de Robert Walser.

Lucho Bordegaray

miércoles, 2 de enero de 2008

Crítica de "Crítica Teatral"

La sonrisa de los siervos
Servir para ser


En La sonrisa de los siervos, con dramaturgia y dirección de Lucas Olmedo, se aprecia como un mecanismo –que ya empieza a crujir- se aplica en la enseñanza del servilismo como forma de trascendencia, el servir para ser, para lograr la completitud. Eso trae concadenado la instalación en cada ser humano de la impostura: el lograr de a poco el arte de simular, de aparentar, para poder ser aceptado por el otro, para ganar la confianza del otro. Se observan como se transmiten rituales de iniciación, formas de comer, de servir, métodos para no oír ni hablar, hasta perder todo contorno de personalidad.
Quizá se muestre tan claramente esta idea porque la obra parte de escritos de Robert Walser (1878-1956) que en el camino de ser actor, se transformaría en instructor de mayordomos, para luego plasmar sus experiencias a través de la escritura.


Otra s facetas de la pieza se detienen en resaltar la inutilidad de cualquier estrategia para evitar el ocaso; en la futilidad de lo ideales, y en apreciar el animal acomodaticio que es el ser humano.
El marco que elige, con acierto, el director Olmedo es el de la rusticidad. Todo quiere asemejarse a algo superior y delicado -las puertas, los trajes, hasta los ingeniosos pupitres- pero no pueden disimular su origen rustico y de poca calidad, los meritos para lograr estas texturas se deben a los excelentes trabajos de Verónica Gilotaux en el diseño escenográfico (bienvenido un aire “kantoriano”), y de Guadalupe Rodríguez Catón en el diseño de vestuario.
Es muy delicado y de una distinguida belleza plástica el diseño de luces de Lucas Olmedo y Verónica Gilotaux.
Las actuaciones de Eugenio Schcolnicov, Gustavo Detta y Alfonso Barón son muy buenas, logran exponer con claridad el interior de sus personajes, a eso hay que sumarle un manejo corporal estupendo. Carlos Núñez realiza un festival de matices y texturas para delinear con claridad su cambiante personaje. Guadalupe Rodríguez Catón llega a transmitir el resquebrajamiento de un tiempo ya ido, y al niño Nahuel Cárdenas – en una difícil tarea- va tomando confianza a medida que transcurre la pieza.
Mención aparte para el músico y actor Ariel Obregón, su mascara y los climas que crea desde su contrabajo son un punto altísimo; merito también de la dirección por la artística forma de incorporarlo en las escenas.
La sonrisa de los siervos es una obra de un alto valor estético, con un variado menú de temas para reflexionar.


Gabriel Peralta


Crítica de Alternativa Teatral


La (eterna) sonrisa de los siervos
11/12/2007 | Por Mónica Berman | Espectáculo La Sonrisa de los Siervos

Foto: Silvana Miyashiki

Existe algo de paradojal en el título de esta obra, y no porque en el orden de lo real los siervos (los sirvientes, la servidumbre) no puedan sonreír, sino porque habitualmente, en el orden del imaginario, no se los asocia a la sonrisa. Por el contrario, ¿quién se sorprendería frente a un sintagma que postulara “el sufrimiento de los siervos” o alguna frase equivalente?
Pero ahí está, no hay error. Entonces viene la siguiente pregunta: ¿sonríen porque tienen motivo de felicidad o como un signo inequívoco de su servil(idad)?
El transcurrir de la puesta nos hará inclinarnos hacia la segunda opción, de un modo absolutamente original.
Pero empecemos por el principio. Cuando uno entra a la sala de Espacio Cultural Urbano, donde se desarrolla la acción, lo primero que percibe es la madera. Es una primera impresión que uno tendrá posibilidad de confirmar prontamente. De la sensación del predominio de un material, pasamos a la comprobación, mientras el resto de los espectadores se acomoda. Empezamos a observar detalles: puertas (falsas puertas que no abren a ningún espacio) triplicadas en primer plano, desvencijadas puertas de madera, paredes de madera, algunos cajones de manzana. Luego se irá completando el panorama, sin cambiar de material.
Los personajes (no todos) están ahí, como si permanecieran desde siempre. Semiocultos, hacen su rutina. Así aparece la primera tematización del que sirve y está sin que su entrada haya provocado sobresalto. Sin hacer ruido, en un estar disponible. Un solo detalle quiebra este universo referencial: la música (ejecutada desde el principio y en el mismo escenario).
Un nuevo personaje hace su entrada. Viene a la escuela de siervos, aquellos que se preparan para trabajar como mayordomos, entrega todos sus ahorros, con la ilusión de que lo ayuden a convertirse en “un cero a la izquierda”.
Aunque la idea proviene de los escritos de Robert Walser, el trabajo de dramaturgia de Lucas Olmedo es excelente, del mismo modo que la dirección.
Es absolutamente notable esta puesta en primer plano, sin ironía, entendida literalmente, de lo que hay que hacer para servir a los otros, borrándose del mundo, mostrándose como un simple apéndice, sin vida propia, sin más objetivos que el estar al servicio de alguien.
Como en toda escuela, hay pupitres (de la más rústica madera), hay discursos, prohibiciones, ejercitación, recursos didácticos (un trapo para limpiar) y así sucesivamente.
Cada futuro mayordomo tiene su personalidad y sus obsesiones, pero el objetivo evidentemente es en común.
En esta escuela se enseña hasta la necesidad de espiar al otro, abertura mediante en una de las puertas de madera.
La decisión de poner un niño en escena enfatiza doblemente la situación de servidumbre, porque, si bien todos los aprendices están para servir, el niño es el que carga con lo que los otros no quieren hacer. La metáfora es absolutamente visible. El último de los servidores es pequeño, no puede protestar, y carga con lo que los demás eluden.
La obra tiene mucho humor, porque muestra lo que habitualmente se tiende a esconder debajo de la alfombra de manera descarada.
Todas las actuaciones son muy buenas, el trabajo con el espacio es fantástico, del mismo modo que el vestuario, la música y la iluminación.
La sonrisa de los siervos nos hace sonreír a nosotros, pero también nos hace reflexionar.


Jakob Von Gunten


"Anoche casi no me pude dormir, daba vueltas en la cama...¡Qué increíbles nos vuelve el miedo!"

La Sonrisa de los Siervos




La Satisfacción del dueño es el paraíso del señor. Nuestros oídos tiemblan como un arpa, al son de la orden. Sentados y tapiados están nuestros labios todo el tiempo. Excepto para decir:
"No señor. En seguida señor. Cierto señor. Quédese tranquilo, yo no he visto nada...señor"