sábado, 26 de abril de 2008

Críticas y Notas Sobre Díptico "Dock Sud"

Los Andes | Online
Troncoso, uno de los actores.

No hay peor ciego que el que no quiere ver

Hoy se presenta “La bohemia”. Una ajustadísima y efectiva puesta con actuaciones fantásticas.

Patricia Slukich pslukich@losandes.com.ar

Lucas Olmedo dijo, al momento de contarnos sobre este estreno: “Quería darme el lujo de dirigir a tres actores como estos”. Se refiere a Alfredo Zenobi, Guillermo Troncoso y Darío Martínez y, efectivamente, no sólo debe haber sido un lujo dirigirlos, sino que lo es también ver los resultados.

Es que “La bohemia”, aunque sin gigantescas pretensiones en su puesta en escena, es un ajustadísimo mecanismo de precisión escénica (mérito de la dirección de Olmedo), en el que el acento está puesto, casi en primer plano, en las actuaciones.

“Sosa es ciego de nacimiento. Romero desde hace 15 años. A ambos los ilumina un mismo proyecto, que también se va apagando de a poco: la reapertura, en el barrio, de un club para no videntes -se explica en los anuncios de la obra-. Es con la llegada de Ibáñez, afectado recientemente y probable alumno del club, que la maquinaria de la desgracia se reactiva y ya no hay posibilidad de detenerla”. Sobre esta trama es que el espectador encontrará mucho más que una anécdota, desopilante/desesperante; por cierto. Pues estos tres personajes están inmersos en un mundo oscuro, de una asfixia que crece, en el que la ceguera se naturaliza, más allá del rasgo físico, y se convierte en un destino (no nos cabe duda) destructivo e inevitable; no importa cuán duro o creativo sea el combate, los tres terminarán perdiéndolo.
Esta idea flota, no sólo en el magnífico texto de Boris (un actor porteño que obtuvo el primer premio de dramaturgia en el certamen Germán Rozenmacher por esta obra), sino en todo el andamiaje escénico que se sostiene eficazmente durante todo el espectáculo; y se corporiza de una manera fatal.

Es, verdaderamente, un conflicto terrible. Sin embargo, el espectador no podrá hacer otra cosa más que reír (tan inevitable es esta risa, como el destino de esos seres que circulan por la obra). Pero no se trata de un humor forzado, buscado, sino que surge de la mueca más siniestra.

He aquí el gran logro del director: que nos divierta la más cruel de las desgracias. ¿Y cómo es que lo logra? Pues confiando en sus actores (que materializan su capacidad interpretativa de manera notable; ¡vamos!, ¡son fantásticos!); apelando a construirles un entorno de luces, sombras, sonidos (un detalle exquisito es la inserción de “La bohemia”, de Aznavour) y escenografía (en decadencia), que les calza como anillo al dedo; y jugando a evitar mostrarnos lo que más nos gustaría ver (como los personajes, pero a la inversa: vemos de ellos sólo la decadencia que se esfuerzan por ocultar a sí mismos). Esta última argucia trae amplios beneficios para el ritmo y los climas del espectáculo.

Lo siniestro, lo oculto, lo no-dicho es lo que se nos permiten ver Olmedo y sus actores a nosotros, el público. Nos asignan el rol de la crueldad: el de reírnos de la desgracia ajena. Y lo hacemos con gusto.


Foto durante un ensayo:


Los Andes | Online
Estrenos
viernes, 11 de abril de 2008

El afiche con que se promociona “Gore”, al estilo de los films de los ‘50.

De amor y de cegueras

Dos nuevas obras suben al escenario de Cajamarca: “Gore”, de Javier Daulte, y “La bohemia”, de Sergio Boris. En continuado.

Patricia Slukich pslukich@losandes.com.ar

Hace más de un año, Lucas Olmedo se instaló en Buenos Aires. El chico era una de las grandes promesas del teatro local. Y decimos “era” porque ahora esa condición (acrecentada en este año de oficio, al punto de que la prensa porteña ha resaltado con elogios su puesta de “La sonrisa de los siervos”), junto a su portador, se trasladó al gran país teatral que es el territorio porteño.

Él y los actores con los que trabajaba aquí, en Mendoza, idearon una forma de estar “unidos y produciendo”. El proyecto tenía su centro en dos obras que se ensayaban acá y se dirigían
-vía mail y presencias esporádicas- desde Buenos Aires. El intento no prosperó.
Quienes sabíamos de estas escaramuzas, creímos que habíamos perdido a Olmedo para siempre. Pero Lucas es un tipo aferrado a los afectos. Es por eso que en unas vacaciones que le proveyó su reciente paternidad, aprovechó para hacer aquí dos obras: “Gore”, de Javier Daulte y “La bohemia”, de Sergio Boris.

Hoy las estrena y mañana se va a seguir su carrera artística en la escena del “under” nacional (estrena “El pornógrafo”).

Una de extraterrestres

“¿Cómo hablar de las heridas del amor, de las marcas que se producen en la colisión violenta de los cuerpos, si no es en tono de ciencia ficción?”, se pregunta Olmedo. A esta hipótesis existencial le sigue la tesis que se llama “Gore”; escrita por Javier Daulte, uno de los monstruos creativos que ha dado el país y que hoy exportamos como director del Teatro Villarroel, de Barcelona.

En este texto el autor juega con una simple anécdota: una pareja de extraterrestres, desesperada por la extinción de su especie, busca salvarla. En esas condiciones llega a la tierra para carearse con los humanos.

Desde esta premisa rayana en el absurdo, Olmedo parte para hablar de temas tan transitados como el amor. “En un principio iban a ser tres obras que partían de una imagen generadora: un condominio. La acción de cada una transcurriría en ese ‘entre’ que es el corredor de un condominio -detalla Lucas-. Ahí apareció ‘Gore’. Después encontré la obra de Boris (se refiere a ‘La bohemia’). La idea era la de abordar un mundo en un lugar específico. ‘Gore’ está planteada como ciencia ficción, tipo película de los ’50; que sirve como excusa para reflexionar sobre la condición humana. Te habilita una moraleja tan evidente, que sospechás de lo que hay detrás”.
En el país de los ciegos

Sosa es ciego de nacimiento. Romero, desde hace años. Los moviliza la ilusión de reabrir, en el barrio, un club para no videntes. Con la llegada de Ibáñez, otro ciego, la desgracia se reactiva. Esta es la historia que alienta a “La bohemia”. En ella, Lucas encuentra un asidero en esa escena del típico teatro argentino realista. “La traición -como en Arlt, en Borges, o el tango- y el accidente de ser ciego; pero como una condición a partir de la cuál generar un mundo desde la oscuridad”, apunta el director.

En ambas obras están los guiños de estilo de Lucas, jugados en los límites entre el cine y el teatro. En ellas pone a consideración el “uso del fuera de campo, a través de acciones vedadas a los ojos del público -dice-. La idea es crear un suspenso escópico, para que el placer que hay en el voyeurismo sea mutilado; esta acción es una decisión en el ojo del espectador”.
No hay nexo entre ambas obras sino una tercera posible (la urdimbre significativa que surja en la cabeza del espectador). Dos obras, un director, muchos actores, y nosotros; para develar el trasfondo de dos mundos ¿posibles?



Escenario
Interesante díptico teatral sobre la incomunicación y la ceguera
El díptico teatral Duck Sud, compuesto por Gore y La bohemia, que propone cada viernes Lluvia de Cenizas en la...

Carolina Baroffio
uno_escenario@diariouno.net.ar

El díptico teatral Duck Sud, compuesto por Gore y La bohemia, que propone cada viernes Lluvia de Cenizas en la sala Cajamarca, es una especie de postulado sobre cómo podemos regenerarnos desde las cenizas de nuestras propias miserias, sin detenernos a ver ni a entender nada. Porque lo que prima es la indiferencia y la incomunicación en las sociedades posmodernas.

Un círculo de baba se teje en el suburbio de esos mundos habitados a los golpes de puño y efecto para vivir una vida ajena a los sentimientos. Ese puede ser uno de los puntos en sintonía entre Gore (que va a las 20) y La bohemia (a las 22). Sin embargo, las obras toman distancia para tratar sobre la existencia humana que inquieta al director del elenco Lluvia de Cenizas, Lucas Olmedo.

El texto de Javier Daulte, Gore, se vale de personajes oscuros y sarcásticos para contar la historia de un vecindario que de repente se ve invadido por dos extraterrestres (sobresale la actuación de Laura Volpe), cuya misión es conservar su especie a costas de los habitantes de ese barrio. El experimento no resultará como lo habían planeado, culpa de ese mal endémico que ellos llaman “amor”.

La puesta en escena de Gore coquetea con imágenes cinematográficas de las películas de ciencia ficción de los años ’50, y se vale del teatro pánico (recurrente en este elenco local) para sumergirse en un mar de sangre y desdichas donde el espectador pasa de ser testigo directo a cómplice de la injusticia.

El espacio escénico, sin embargo, no se resuelve de la mejor forma para mantener en vigilia al público, valiéndose de los misterios narrados fuera de campo.

En cambio, La bohemia sí utiliza el fuera de campo para mostrar mucho más de lo que pasa frente al ojo del espectador. Y el trío que seleccionó Olmedo para protagonizar la elocuente obra del actor porteño Sergio Goris es el indicado.

Guillermo Troncoso, Alfredo Zenobi y Darío Martínez son de esos actores que encarnan a sus personajes desde las entrañas y hacen con ellos el bello y efectivo juego teatral de ser fiel a la intención textual sin desmerecer la inteligencia y sensibilidad del espectador.

La bohemia no es más que un momento, quizás una mañana, en la vida de tres ciegos, uno con más o menos experiencia que los otros en la cuestión de ceguera, que bien podrían habitar el mismo vecindario de los personajes de Gore. Aunque los ciegos pretenden recuperar el honor de su condición humana para exponer a cualquier precio las capacidades que han desarrollado con los ojos cerrados.

No tienen escrúpulos, no miden las consecuencias, no quieren limosnas ni buscan la compasión. Se limitan a revelarse contra la mirada torcida de quienes los esquivan. Y quien se pare frente a esta obra no podrá zafar del compromiso, se fijará en él la mirada de estas criaturas y tendrá que hacerse cargo de la risa provocada por lo absurdo de un relato siniestro.

jueves, 3 de abril de 2008

critica a GORE de Javier Daulte en DON MARLON

DISPARATE, ENTRE LÚCIDO Y BIZARRO

En ocasiones que la critica ponda en sobreaviso al espectador puede ser atinado. Es decir que le anuncie que una puesta está montada sobre los "códigos de" y por ende, debe considerar tal, tal y tal cuestiones. El planteo propone todo un debate:
Con ese material previo ¿El espectador disfruta más o menos? El GORE (Término que remite a un subgénero cinematográfico de auge en los 50), podría ser uno de esos casos en que el periodista se debate entre ser excesivamente servicial o dejar al público en manos de la sorpresa (o según su permeabilidad, a expensas de la indigación).
Trataremos de dar con un punto medio.
Hay dos méritos que permiten sugerir a GORE como un espectáculo a considerar.
Uno remite al ingenioso texto de Javier Daulte, tramado desde la imposibilidad de comunicarse, si bien los interlocutores hablan el mismo idioma aún cuando las respuestas son "lógicas" a las preguntas (distanciándose, de este modo, de un diálogo absurdo). Se establece así una barrera entre los personajes que deriva en un humor molesto, si se quiere intelectual, y disfrutable. Que lleva a su vez a digresiones, acciones arbitrarias y escenas deliberadamente reiterativas. El otro tiene que ver con la puesta de Lucas Olmedo, que sugiera una atmósfera enrarecida, donde la miseria de hoy es atravesada por la tecnología intergaláctica de ayer. Lo uno y lo otro ¿al servicio de que? De una historia infima, intrascendente, en la que importan los momentos por sobre el todo, y los cierres de escenas por sobre el cierre del relato general.
Las actuaciones se contaminan unas a otras y eso acentúa el aspecto extraño de lo que se ve. Planteados en bandos, los personajes se dividen entre paródicos y naturalistas y, gracias a aquella incomunicación señalada, se degradan en su pureza.
Hay un desfasaje entre el pensar, decir y hacer que lo embrolla todo.
Laura Volpe y Juan Manuel Chifani le sacan provecho a su pareja de intrusos en la tierra. Imponen presencia, ironía y bisarrez y aportan uno de los momentos más atractivos cuando se comunican por "radio" con sus pares. El resto acompaña bien, sobre todo Alejandro Manzano, que capitaliza con habilidad su disparatada conversión lenguística al italiano.
El dispositivo escénico refuerza la idea de una dimensión destartalada e insegura.
Bah, muy argentina, aunque lejos estemos de que algún extraterrestre se interese por succionarnos.
/F.J.A
(Revista "Don Marlon, escenarios y otros placeres")