miércoles, 2 de enero de 2008

Crítica de "Crítica Teatral"

La sonrisa de los siervos
Servir para ser


En La sonrisa de los siervos, con dramaturgia y dirección de Lucas Olmedo, se aprecia como un mecanismo –que ya empieza a crujir- se aplica en la enseñanza del servilismo como forma de trascendencia, el servir para ser, para lograr la completitud. Eso trae concadenado la instalación en cada ser humano de la impostura: el lograr de a poco el arte de simular, de aparentar, para poder ser aceptado por el otro, para ganar la confianza del otro. Se observan como se transmiten rituales de iniciación, formas de comer, de servir, métodos para no oír ni hablar, hasta perder todo contorno de personalidad.
Quizá se muestre tan claramente esta idea porque la obra parte de escritos de Robert Walser (1878-1956) que en el camino de ser actor, se transformaría en instructor de mayordomos, para luego plasmar sus experiencias a través de la escritura.


Otra s facetas de la pieza se detienen en resaltar la inutilidad de cualquier estrategia para evitar el ocaso; en la futilidad de lo ideales, y en apreciar el animal acomodaticio que es el ser humano.
El marco que elige, con acierto, el director Olmedo es el de la rusticidad. Todo quiere asemejarse a algo superior y delicado -las puertas, los trajes, hasta los ingeniosos pupitres- pero no pueden disimular su origen rustico y de poca calidad, los meritos para lograr estas texturas se deben a los excelentes trabajos de Verónica Gilotaux en el diseño escenográfico (bienvenido un aire “kantoriano”), y de Guadalupe Rodríguez Catón en el diseño de vestuario.
Es muy delicado y de una distinguida belleza plástica el diseño de luces de Lucas Olmedo y Verónica Gilotaux.
Las actuaciones de Eugenio Schcolnicov, Gustavo Detta y Alfonso Barón son muy buenas, logran exponer con claridad el interior de sus personajes, a eso hay que sumarle un manejo corporal estupendo. Carlos Núñez realiza un festival de matices y texturas para delinear con claridad su cambiante personaje. Guadalupe Rodríguez Catón llega a transmitir el resquebrajamiento de un tiempo ya ido, y al niño Nahuel Cárdenas – en una difícil tarea- va tomando confianza a medida que transcurre la pieza.
Mención aparte para el músico y actor Ariel Obregón, su mascara y los climas que crea desde su contrabajo son un punto altísimo; merito también de la dirección por la artística forma de incorporarlo en las escenas.
La sonrisa de los siervos es una obra de un alto valor estético, con un variado menú de temas para reflexionar.


Gabriel Peralta


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